La soledad tiene dos caras.

Una, amable, amiga, que cuida, que nos hace reposar, que nos hace reflexionar, que tiene silencio o tiene lectura, que tiene libertad de movimientos. Ésta es buena y positiva si es por tiempo limitado, cada uno debe encontrar su medida. Tiene que estar, y no tenerla tiene sus perjuicios.

La otra cara es dura, es enemiga. Quien la padece me la ha descrito así: «es dolor, es tristeza, es miedo, es incompetencia para salir de ella, es cierre, cuanto más la siento más me cierro conmigo misma».

La primera hay que buscarla, debería estar en nuestra vida.

La segunda nos encuentra a nosotros sin que la llamemos. Cuando se presenta puede hacerlo respondiendo a una pérdida, en la misma proporción que se estaba aferrado.

Los humanos nos necesitamos unos a otros, es obvio y es hermoso que sea así, en cooperación. El trabajo evolutivo es aprender a estar sin aferrarnos. ¿Y por qué razón nos aferramos? Porque desconfiamos de nosotros mismos cuando nos hemos creído que no somos lo suficientemente válidos para que los demás cuenten con nosotros. Entonces saltan todas las alarmas, ¡¡peligro!! Si estoy solo me moriré!!! Creemos entonces que estar en compañía nos salva, entregamos todo el poder al otro, cuando en realidad es una danza de cooperación.

Nos necesitamos en cooperación. Cooperación debería ser nuestro propósito diario: ¿en qué puedo ser útil? ¿Qué talentos tengo y dónde pueden ser de ayuda?

Realizar este autoanálisis requiere un tiempo de observación y un tiempo para cambiar las creencias sobre nosotros mismos. Poco a poco se va recuperando nuestro poder, se activa la fuerza vital. La soledad entonces es siempre amiga 😉